Es curioso cómo va pasando el tiempo. Cuando quieres darte cuenta, ya no tienes 15 años, ya no eres esa niña perdida que no sabía lo que quería, has crecido y te das cuenta de cosas que antes desconocías.
¿Quién me habría dicho que mi vida sería así ahora? Apuesto a que si me lo hubiesen dicho, no les habría creído. Ahora me pregunto cómo pude ser tan tonta en ciertas ocasiones y cómo pude creerme todas esas tonterías. Sin duda, hay muchas cosas que preferirías no recordar, que incluso en más de una ocasión has deseado olvidar, pero es importante darse cuenta que todas y cada una de tus experiencias te hacen ser como eres.
Es difícil aceptar que los momentos más duros de nuestras vidas sirven para algo, que una mala experiencia amorosa puede ser de ayuda, o que la pérdida de un ser querido puede ser algún día motivo de superación, porque a nadie le gusta recordar lo que le ha hecho daño, pero, ¿acaso sabríamos lo que es la felicidad si no hubiésemos conocido antes la tristeza? ¿sabríamos qué es reír si no hubiésemos llorado antes? Puede que sí o puede que no, pero si hay algo que no dudo, es que las malas experiencias nos sirven como lección para valoras más las buenas. No es un proceso fácil, mucha gente no llega a darse cuenta de ello jamás da igual la edad que marquen las velas, pero solo asumiendo esto se puede avanzar como persona.
Me ha costado muchos años admitir que mis errores me han ayudado, y mucho más darles las gracias a esas personas que me han causado dolor porque me han hecho crecer. Aún así, soy joven y por definición impulsiva, todavía no razono las cosas del todo, y no pretendo decir que tenga las respuestas a todas las preguntas, pero sí creo que poco a poco voy asumiendo que las cosas que nos suceden, suceden por algún motivo y que siempre habrá algo que nos dejen como lección.
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